Foto cedida por Rayajo. Bueno, más bien, robada.
Todo el mundo le tiene miedo a la muerte. Yo no.
Quizá la seguridad de que aún no me toca es un punto a mi favor, pero es que en realidad ando tan mal de tiempo, que no puedo andarme con tonterías de morirme.
Cuando tu arraigo a la tierra y al mundo de los vivos es tan grande, te puedes permitir el lujo de coquetear con el más allá.
Cuando llega la noche, una sombra de metro y poco aparece en el quicio de mi puerta. En ocasiones cruza la habitación y me mira dormir.
Otras veces, permanece en la puerta y cuando se aburre, suele meterse en el armario del pasillo. Es juguetona, varias veces me ha tirado cosas.
Esta niña está en la casa desde que me vine a vivir aquí. Cuando mi chochete era un bebé, solía reírse un montón con las moñadas que le hacía la niña.
No estoy muy segura de si se vino con nosotras desde la casa del campo, o si ya estaba en la casa cuando llegamos, lo que está claro es que en la casa de campo también había "alguien" que jugaba con mi hija en las interminables madrugadas insomnes mientras tomaba el pecho.
No deben gustarle los animales, porque a Visko no le cae bien. Ya en la casa de campo la miraba, y aquí, suele ladrarle. Ella se esconde, habitualmente se mete detrás de la puerta de la habitación de la niña.
En mis escarceos con la ouija me he topado con espíritus burlones, con almas atrapadas e incluso con el gran jefe: Besalón.
Creo que es la primera vez que verbalizo todo esto, hasta ahora era una parte de mí que guardaba celosamente.
Siempre he recibido visitas de seres queridos, incluso de familiares de amigos. Casi siempre han estado conmigo ayudándome y acompañándome en mi vida.
Espero que no hayáis pasado mucho miedo, yo no lo tengo.