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Detesto a los que me privan de la soledad y sin embargo no me hacen compañía. Irving Yalom


La esperanza es desear que algo suceda,
la Fé es creer que va a suceder,
y la valentía es hacer que suceda.

viernes, 26 de diciembre de 2014

La excusa

La excusa es muy importante. No es lo mismo cruzarte por casualidad que rondar la calle durante una hora y hacerte el encontradizo. 

La excusa lo es todo! puedo hablar de él, pensar en él, escribirle, soñarle, recordarle.....pero en silencio. No puedo abrir la ventana y gritarlo, porque entonces volverían a llamarme loca. Debo mantenerlo en secreto.

La excusa es muy muy importante. Por eso, el día que dejó de buscar excusas y simplemente le pidió una cita, descubrió su pánico a volverse a enamorar. 

Se preparó para su cita. Se duchó, vistió y maquilló. Acudió al lugar 3 minutos antes de la hora y al verle fue cuando descubrió que aquella cita, era una primera cita. De nuevo.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Para leer cada día al despertarte...

Me doy permiso para no ser una víctima.

Me doy permiso para separarme de personas que me traten con brusquedad, presión o violencia, de las que me ignoran, me niegan un saludo, beso, abrazo…Las personas bruscas o violentas quedan ya, desde este mismo momento fuera de mi vida.
Me doy permiso para no obligarme a ser “el alma de la fiesta”, el que pone el entusiasmo ni ser la persona  dispuesta al diálogo para resolver conflictos cuando los demás ni siquiera lo intentan.
Me doy permiso para no entretener y dar energía a los demás a costa de agotarme yo: no he nacido para estimularles con tal de que continúen a mi lado.
Mi propia existencia, mi ser; ya es valioso.
Si quieren continuar a mi lado deben aprender a valorarme.
Me doy permiso para dejar que se desvanezcan los miedos que me infundieron en la infancia. El mundo no es sólo hostilidad, engaño o agresión: hay también mucha belleza y alegría inexplorada.
Me doy permiso para no agotarme intentando ser una persona excelente. No he nacido para ser la víctima de nadie. No soy perfecto, nadie es perfecto y me permito rechazar  los esquemas ajenos: un hombre sin fisuras, rígidamente irreprochable. Es decir: inhumano.
Me permito no sufrir angustia esperando una llamada de teléfono, una palabra amable o un gesto de consideración. Me afirmo como una persona no adicta a la angustia. No espero encerrado o recluido ni en casa, ni en un pequeño círculo de personas de las que depender. Soy yo quien me valoro, me acepto y me aprecio.
Me permito no querer saberlo todo,  para no estar al día en muchas cuestiones de la vida: no necesito tanta información, tanto programa de ordenador, tanta película de cine, tanto periódico, tanto libro, tantas músicas.
Me doy permiso para ser inmune a los elogios o alabanzas desmesurados: las personas que se exceden en consideración resultan abrumadoras. Me permito un vivir con levedad, sin cargas ni demandas excesivas. No entro en su juego.
Me doy el permiso más importante de todos: el de ser auténtico.
 No me esfuerzo por complacer. Es sencillo y liberador acostumbrarse a decir “no”.
No me justificaré: si estoy alegre, lo estoy; si estoy menos alegre, lo estoy; si un día señalado del calendario es socialmente obligatorio sentirse feliz, yo estaré como estaré.
Me permito estar tal como me sienta bien conmigo mismo y no como me ordenan las costumbres y los que me rodean: lo “normal” y lo “anormal” en mis estados emocionales lo establezco yo. 
JOAQUÍN ARGENTE

viernes, 5 de diciembre de 2014

Ego-ismo

Para empezar a andar nos dejan solos en medio del mayor espacio diáfano del mundo. Justo en el medio. Solos. 
Nos miran desde el que ellos creen que es el punto al que debemos llegar o desde el que nos dejaron ir. Nos sueltan.
Y tú, que no sabes muy bien qué hacer, sientes de repente que el instinto te empuja. Te lanzas a dar el primer paso. Dudas, te tambaleas, sientes vértigo... 
Pero poco a poco, todo se va estabilizando. Tan sólo puedes hacer una cosa: repetir el movimiento esperando obtener el mismo resultado. El problema es que no recuerdas muy bien qué hiciste la primera vez, ni estás segura de cuál fue el gesto que consiguió desencadenar el primer éxito. Aún así, te vuelves a lanzar...

En realidad, cada vez son menores las ganas de llegar hasta ese ser sonriente que te mira desde unos metros más lejos.
Levantas tu pie y lo lanzas hacia adelante. El vértigo es menor, aunque el pánico sigue ahí.

Sientes temblar las piernas. Notas que te falta fondo, no estás acostumbrado a ir sólo pero sigues, casi más por instinto que por raciocinio.
Y así, un paso tras otro.

Cuando llegas a esos brazos que te esperaban, ya no quieres que te acojan. Te sientes estafada porque te han dejado a tu suerte.
Te acabas de dar cuenta de que ya no les necesitas tanto como pensaste durante un tiempo. 

Desde entonces, cada éxito sabe mejor. 

Ahora he llegado más lejos aún. Ahora ya no quiero compartir mis éxitos. Los quiero todos para mi y para quien los hace posible. Mis conquistas, mis retos, la radio, el teatro, mis corderas, mi sorprendente hija, mis mensajes de amor, mis sonetos, mis viajes, mis saltos al vacío, mis riesgos.....
Lo quiero todo para mi. 

Eso te pasa por enseñarme a andar.