Tras una noche agitada, abrió los ojos y todo lo veía más nítido.
Al levantarse, encontró enredado entre los dedos de él, su velo.
Fue al mirarlo que vio que no quedaba nada de su divinidad. Él era un mortal como ella. Era egoísta, celoso, independiente...
Horas después juró sobre las cenizas de la última carta de amor que le envió, que nunca más volvería a rendir pleitesía ante otro dios.